Elif Shafak: Las políticas de la ficción
Escuchar historias amplía la imaginación; contarlas nos permite cruzar sobre barreras culturares, abarcar diferentes experiencias, sentir lo que otros sienten. Elif Shafak construye en esta simple idea el argumento de que la ficción puede superar las políticas de identidad.
This talk was presented at an official TED conference, and was featured by our editors on the home page.
Traducido por Marizeth Beato
Revisado por Maria Millet
Soy una cuentista. Es lo que hago en la vida -- contar cuentos, escribir novelas. Y hoy me gustaría contarles algunas historias acerca del arte de contar cuentos y también de unas criaturas sobrenaturales llamadas djinn. Pero antes de tocar ese tema, por favor permítanme compartir con ustedes retazos de mi historia personal. Lo haré con la ayuda de palabras, por supuesto, pero también con una figura geométrica, el círculo. Así que durante toda mi historia, se encontrarán con varios círculos.
Nací en Estrasburgo, Francia de padres turcos. Poco después, mis padres se separaron, y vine a Turquía con mi madre. De ahí en adelante, fui criada como hija única por una madre soltera. Ahora bien, a principio de los 1970, en Ankara, eso era un poco inusual. Nuestro vecindario estaba lleno de familias grandes, donde los padres eran los jefes de las familias. Así que crecí viendo a mi madre como una divorciada en un ambiente patriarcal. De hecho, crecí observando dos tipos diferentes de mujer. Por un lado estaba mi madre, una mujer educada, secular, moderna, occidentalizada y Turca. Por el otro lado estaba mi abuela, quien también cuidó de mí y era más espiritual, menos educada y definitivamente menos racional. Esta era una mujer que leía la borra de café para ver el futuro y derretía plomo en figuras misteriosas para repeler el mal de ojo.
Mucha gente visitaba a mi abuela, personas con acné severo en sus caras o verrugas en sus manos. Cada vez, mi abuela pronunciaba algunas palabras en árabe, tomaba una manzana roja y la apuñalaba con tantas espinas de rosas como el número de verrugas que quería remover. Y entonces una por una, ella rodeaba las espinas con tinta oscura. Una semana después, el paciente volvía para un examen de seguimiento. Bien, estoy consciente de que no debería estar diciendo estas cosas frente a una audiencia de académicos y científicos, pero la verdad es que, de toda la gente que visitaba a mi abuela por sus condiciones en la piel, no vi a ninguno volver triste o sin estar curado. Le pregunté cómo lo hacía. ¿Era el poder de la oración? En respuesta ella dijo, "Si, orar es efectivo. Pero también ten cuidado del poder de los círculos."
De ella, aprendí, además de muchas otras cosas, una lección muy valiosa. Que si quieres destruir algo en esta vida, ya sea acné, una mancha o el alma humana, todo lo que necesitas hacer es rodearlo con paredes gruesas. Se secará por dentro. Ahora todos vivimos en una especie de círculo social y cultural. Todos lo hacemos. Nacemos en una determinada familia, nación, clase. Pero si no tenemos relación alguna con los mundos más allá del que damos por sentado, entonces también corremos el riesgo de secarnos por dentro. Nuestra imaginación podría reducirse. Nuestros corazones podrían desaparecer. Y nuestra humanidad podría marchitarse si nos quedamos por mucho tiempo dentro de nuestros capullos culturales. Nuestros amigos, vecinos, colegas, familia -- si todas las personas dentro de nuestro círculo íntimo se parecen a nosotros, significa que estamos rodeados con nuestro reflejo.
Otra cosa que mujeres como mi abuela hacen en Turquía es cubrir los espejos con terciopelo o colgarlos en las paredes de espalda hacia afuera. Es una vieja tradición oriental basada en el conocimiento de que no es saludable para un ser humano pasar mucho tiempo mirándose en su propio reflejo. Irónicamente, [vivir en] comunidades con ideas afines es uno de los peligros más grandes del mundo globalizado de hoy. Y está pasando en todas partes, entre liberales y conservadores, agnósticos y creyentes, el rico y el pobre, Oriente y Occidente por igual. Tendemos a formar grupos basados en similitudes, y luego producimos estereotipos de otro grupo de personas. En mi opinión, una manera de trascender estos guetos culturales es a través del arte de contar cuentos. Los cuentos no pueden demoler fronteras, pero pueden hacer agujeros en nuestras paredes mentales. Y a través de estos agujeros, podemos tener una imagen del otro, e incluso a veces gustarnos lo que vemos.
Empecé a escribir ficción a la edad de ocho años. Mi madre vino a casa un día con una libreta turquesa y me preguntó si me interesaría mantener un diario personal. En retrospectiva, creo que ella estaba un poco preocupada acerca de mi salud mental. Constantemente contaba cuentos en casa, lo cual era bueno, excepto que se los contaba a amigos imaginarios alrededor mío, lo cual no era tan bueno. Era una niña introvertida al punto de comunicarme con lápices de colores y disculparme con los objetos cuando me tropezaba con ellos. Así que mi madre pensó que me haría bien escribir mis experiencias del día a día y emociones. Lo que ella no sabía es que yo pensaba que mi vida era terriblemente aburrida, y que lo último que quería hacer era escribir sobre mí. En vez, empecé a escribir acerca de otras personas y cosas que nunca pasaban. Y así comenzó mi pasión de toda la vida por escribir ficción. Así que desde el principio, la ficción para mí era menos una manifestación autobiográfica que un viaje trascendental hacia otras vidas, otras posibilidades. Y por favor, tengan paciencia conmigo, Dibujaré un círculo y volveré a este punto.
Otra cosa pasó aproximadamente al mismo tiempo. Mi madre se convirtió en diplomática. Así que de este pequeño, supersticioso, vecindario de clase media de mi abuela, fui proyectada hacia esta elegante, escuela internacional, (en Madrid) donde yo era la única Turca. Aquí fue donde tuve mi primer encuentro con lo que llamo el "representante extranjero." En nuestro salón, había niños de todas las nacionalidades. Sin embargo, esta diversidad no necesariamente nos lleva a una cosmopolita, igualitaria democracia de salón de clases. Al contrario, generaba una atmósfera en la cual cada niño era visto, no como un individuo como tal, sino como el representante de algo más grande. Éramos como unas Naciones Unidas miniatura, lo cual era divertido, excepto cuando algo negativo con respecto a una nación o religión ocurría. El niño que lo representaba era burlado, ridiculizado y acosado sin fin. Y debería saberlo, porque durante el tiempo que asistí a esa escuela, un golpe militar tuvo lugar en mi país, un pistolero de mi nacionalidad casi mató al Papa, y Turquía obtuvo cero puntos en el Festival de la Canción de Eurovisión. (Risas)
Faltaba frecuentemente a la escuela y soñaba con ser marinera durante esos días. También tuve mi primer contacto con estereotipos culturales allí. Los otros niños me preguntaban acerca de la película "Midnight Express", la cual no había visto. Preguntaban cuántos cigarrillos me fumaba al día, porque creían que todos los turcos eran grandes fumadores Y se preguntaban a qué edad comenzaría a cubrir mi cabello. Luego aprendí que estos eran los tres principales estereotipos de mi país, políticas, cigarrillos y el velo. Después de España nos fuimos a Jordania, Alemania y otra vez a Ankara. A donde quiera que fuera me sentía como si mi imaginación fuera el único equipaje que podía llevar conmigo. Los cuentos me daban un sentido de centro, continuidad y coherencia, las tres grandes C de las cuales carecía.
A mis veintitantos años, me mudé a Estambul la ciudad que adoro. Vivía en un vecindario vibrante y diverso donde escribí varias de mis novelas. Estaba en Estambul cuando sucedió el terremoto en 1999. Cuando salí corriendo del edificio a las tres de la mañana, vi algo que me detuvo. Allí estaba el almacenero local -- un viejo gruñón, que no vendía alcohol y no hablaba con los marginales. Estaba sentado al lado de un travesti con una larga peluca negra y con mascara corriéndole por las mejillas. Vi al hombre abrir un paquete de cigarrillos con manos temblorosas y ofrecerle uno a ella. Y esa es la imagen de la noche del terremoto que tengo grabada en mi mente hasta el día de hoy - un vendedor conservador y un travesti llorando fumando juntos en la acera. En la cara de la muerte y destrucción todas las diferencias mundanas evaporadas, y todos nos convertimos en uno incluso por unas horas. Pero siempre he creído que los cuentos también tienen un efecto similar en nosotros. No estoy diciendo que la ficción tiene la magnitud de un terremoto. Pero cuando estamos leyendo una buena novela, dejamos nuestros pequeños y acogedores apartamentos atrás, salimos en la noche y comenzamos a conocer personas que nunca antes habíamos visto y que tal vez habíamos estado en contra por prejuicios.
Poco después, fui a un colegio de mujeres en Boston luego en Michigan. Experimenté esto, no tanto como un desplazamiento geográfico, sino como uno de lingüística. Empecé a escribir ficción en inglés. No soy una inmigrante, refugiada o exiliada. Me preguntan que por qué lo hago. Pero el conmutar entre los idiomas me da la oportunidad de recrearme a mí misma. Me encanta escribir en turco, el cual para mí es muy poético y muy emocional. Y me encanta escribir en inglés, el cual para mí es muy matemático y cerebral. Así que me siento conectada con cada idioma en una manera diferente. Para mí, como para millones de personas alrededor del mundo hoy en día, el inglés es un idioma adquirido. Cuando llegas rezagado a un idioma, lo que pasa es que te quedas allí con una continua y perpetua frustración. Como rezagados, siempre queremos decir más, tú sabes, hacer mejores chistes, decir mejores cosas. Pero terminamos diciendo menos porque hay una brecha entre la mente y la lengua. Y la brecha es muy intimidante. Pero si logramos no tenerle miedo, es hasta estimulante. Y esto es lo que descubrí en Boston -- esa frustración era muy estimulante.
En este punto, mi abuela, quien estuvo viendo el curso de la vida con una creciente ansiedad, empezó a incluir en sus oraciones diarias que me casara rápido para que pudiera sentar cabeza de una vez por todas. Y ya que Dios la ama, si me casé. (Risas) Pero en vez de sentar cabeza, me fui a Arizona. Y ya que mi esposo está en Estambul, empecé a viajar entre Arizona y Estambul. Los dos lugares en la superficie de la tierra que no podrían ser más diferentes. Creo que una parte de mí siempre ha sido nómada, física y espiritualmente. Los cuentos me acompañan, manteniendo mis partes y memorias juntas, como un pegamento existencial.
Sin embargo, por más que ame los cuentos, recientemente, empecé a pensar que estas pierden su magia siempre y cuando un cuento sea visto como más que un cuento. Y este es un tema que me gustaría que pensáramos juntos. Cuando mi primera novela escrita en inglés salió en América, escuché un interesante comentario de un crítico literario. "Me gustó tu libro", dijo, "pero desearía que lo hubieras escrito diferente." (Risas) Le pregunté qué quería decir con eso. Él dijo, "Bueno, míralo. Hay demasiados personajes españoles, americanos e hispanos en él, pero solo hay un personaje turco y es un hombre." Ahora bien, la novela se desarrollaba en un campus de una universidad en Boston. Así que para mí, era algo normal que hubiera más personajes internacionales que personajes turcos en ella. Pero entendí lo que el crítico buscaba. Y también entendí que seguiría decepcionándolo. Él quería ver la manifestación de mi identidad. Buscaba una mujer turca en el libro porque eso es lo que soy.
Con frecuencia hablamos de cómo los cuentos cambian el mundo. Pero deberíamos ver cómo el mundo de las políticas de identidad afecta la manera en que los cuentos han sido distribuidos, leídos y revisados. Muchos autores sienten esta presión, pero los no occidentales la sienten aún más. Si eres una escritora del mundo musulmán, como yo, entonces se espera que escribas historias de mujeres musulmanas y, preferiblemente, historias tristes de mujeres musulmanas infelices. Se espera que escribas historias informativas, conmovedoras y características y dejes lo experimental y vanguardista a tus colegas occidentales. Lo que experimenté cuando niña en esa escuela en Madrid, está pasando en el mundo literario en el día de hoy. Los escritores no son vistos como individuos creativos, sino como los representantes de sus respectivas culturas. Unos cuantos autores de China, unos cuantos de Turquía, unos cuantos de Nigeria. Todos estamos supuestos a tener algo muy distintivo, si no peculiar.
El escritor y viajero, James Baldwin, dio una entrevista en 1984 en la cual le preguntaban repetidamente su homosexualidad. Cuando el entrevistador trató de encasillarlo como un escritor gay, Baldwin se detuvo y dijo, "¿Pero no lo ves? No hay nada en mí que no haya en otras personas, y no hay nada en otras personas que no haya en mí." Cuando las políticas de identidad tratan de etiquetarnos, es nuestra libertad de imaginación la que está en peligro. Hay una confusa categoría llamada literatura multicultural en la cual los autores de fuera del mundo occidental son puestos juntos. Nunca olvido mi primera lectura multicultural, en Harvard Square hace como 10 años. Éramos tres escritores, uno de Filipinas, otro de Turquía y otro de Indonesia -- como una broma, ustedes saben. (Risas) Y la razón por la cual nos juntaron no fue porque compartíamos un estilo artístico o un gusto literario. Fue solo por nuestros pasaportes. Se espera que los escritores multiculturales cuenten historias reales, no imaginarias. Se le atribuye una función a la ficción de esta manera, no solo los mismos escritores, sino también sus personajes ficticios. Se vuelven los representantes de algo más grande.
Pero debo agregar rápidamente que esta tendencia de ver un cuento como más que un cuento no solamente viene de Occidente. Viene de todos lados. Y experimenté esto la primera vez cuando me enjuiciaron en 2005 por las palabras que decían mis personajes de ficción en una novela. Tenía la intención de escribir una novela constructiva, de múltiples capas sobre una familia de Armenia y otra Turca desde los ojos de las mujeres. Mi micro cuento se convirtió en algo macro cuando fui procesada. Algunas personas me criticaron, otras me elogiaron por escribir sobre el conflicto entre Turquía y Armenia. Pero hubo momentos en los que quería recordarles a ambos lados que esto era ficción. Era solo un cuento. Y cuando dije, " solo un cuento", No estoy tratando de minimizar mi trabajo. Quiero amar y celebrar la ficción por lo que es, no como un medio para un fin.
Los escritores tienen derecho a sus opiniones políticas, y hay muchas novelas políticas en el mercado, pero el idioma de la ficción no es el idioma de la política cotidiana. Chekhov dijo, "La solución a un problema y la manera correcta de plantear la cuestión son dos cosas completamente separadas. Y solo la última es responsabilidad de un artista." Las políticas de identidad nos dividen. La ficción nos conecta. Una está interesada en barrer con las generalizaciones. La otra, en matices. Una dibuja límites. La otra no reconoce fronteras. Las políticas de identidad están hechas de ladrillo macizo. La ficción es agua que fluye.
En los tiempos Otomanos, había narradores ambulantes llamados "meddah" Iban a los café, donde contaban un cuento frente a una audiencia, casi siempre improvisando. Con cada nueva persona en el cuento, los meddah cambiaban sus voces, personificando a ese personaje. Todos podían ir y escuchar, ustedes saben- gente común, hasta los sultanes, musulmanes y no-musulmanes. Los cuentos rompen todos los límites. Como "The Tales of Nasreddin Hodja", el cual era muy popular en el Medio Oriente, Norte de África, los Balcanes y Asia. Hoy, los cuentos siguen trascendiendo las fronteras. Cuando los políticos palestinos e israelíes hablan, usualmente no se escuchan el uno al otro. Pero un lector palestino todavía lee una novela de un autor Judío y vice versa, conectándose y en empatía con el narrador. La literatura nos tiene que llevar más allá. Si no puede llevarnos allí, no es buena literatura.
Los libros han guardado la introvertida, y tímida niña que fui -- que fui una vez. Pero también estoy atenta al peligro de que se conviertan en un fetiche. Cuando el poeta y místico, Rumi, conoció a su compañera espiritual, Shams-i-Tabriz, una de las primeras cosas que este último hizo fue tirar el libro de Rumi en agua y ver como se disolvían las letras. El Sufí dijo, "El conocimiento que no te lleva más allá de ti mismo es mucho peor que la ignorancia". El problema con los guetos culturales de hoy no es la falta de conocimiento. Sabemos mucho el uno del otro, o eso pensamos. Pero el conocimiento que no nos lleva más allá de nosotros mismos, nos vuelve elitistas, distantes y desconectados. Hay una metáfora que me encanta: viviendo como un compás de dibujo. Como saben, una aguja del compás es estática, fijada en un lugar. Mientras que, la otra aguja dibuja un amplio círculo, moviéndose constantemente. Así mismo, mi ficción. Una parte de ella está en Estambul con fuertes raíces turcas. Pero la otra parte viaja por el mundo, conectándose con diferentes culturas. En ese sentido, me gusta pensar en mi ficción como local y universal, ambas de aquí y de cualquier lugar.
Ahora, aquellos de ustedes que han estado en Estambul probablemente han visto el Palacio Topkapi, el cual era la residencia de los sultanes Otomanos por más de 400 años. En el palacio, justo afuera de las habitaciones de las concubinas favoritas, hay un lugar llamado El Lugar de Reunión de Djinn. Está entre edificios. Estoy intrigada por este concepto. Usualmente desconfiamos de esas áreas que están ubicadas entre objetos. Los vemos como el dominio de criaturas sobrenaturales como el djinn, que están hechos de fuego sin humo y son símbolo de elusividad. Pero mi punto es que tal vez ese espacio elusivo es lo que los escritores y artistas más necesitan. Cuando escribo ficción aprecio la elusividad y mutabilidad. Me gusta no saber qué pasará en las próximas 10 páginas. Me gusta cuando mis personajes me sorprenden. Puede que escriba sobre una mujer musulmana en una novela. Y tal vez sea un cuento muy feliz. Y en mi próximo libro, puede que escriba sobre un hermoso, profesor gay en Noruega. Siempre y cuando salga de nuestros corazones, podemos escribir acerca de cualquier cosa.
Audre Lorde dijo una vez, "Los padres blancos nos enseñaron a decir, 'Pienso, luego existo"". Ella sugirió, "Siento, luego soy libre". Pienso que fue un maravilloso cambio de paradigma. Y sin embargo, ¿por qué es que, en los cursos de escritura creativa de hoy, lo primero que les enseñamos a los estudiantes es escribir acerca de lo que conocen? Tal vez esa no sea la mejor manera de empezar. La literatura imaginativa no es necesariamente acerca de escribir de quiénes somos o qué sabemos o de nuestra identidad. Debemos enseñar a los jóvenes y a nosotros mismos a expandir nuestros corazones y escribir lo que podemos sentir. Deberíamos salir de nuestro gueto cultural e ir a visitar el próximo y el próximo.
En fin, los cuentos se mueven como remolinos de derviches, dibujando círculos más allá de los círculos. Conectan toda la humanidad, a pesar de las políticas de identidad. Y esas son buenas noticias. Y me gustaría terminar con un viejo poema Sufí. "Ven, seamos amigos de una buena vez; facilitémonos la vida; seamos los que aman y los amados; la tierra no le quedará a nadie".
Gracias.